Puro-llena © ASandy - Guadix, 09/1964

PURO-LLENA

Bernac preparó sus mulos, su arado de reja de palo y sus alforjas con pan, queso y tocino para ir a la vega junto al río que bajaba cristalino entre las verdes hortalizas. Le seguía su perro que andaba siete veces el camino, y, tras un mulo, una cabra y, atada a ésta, también una oveja con su corderillo de cinco días que Bernac llevaba metido en el serón de esparto sobre su asno blanco, manso, paciente, y dulcemente meditabundo como un santo y sabio fraile de San Benito.

Llegados Bernac y su reata a la vega, ataba la cabra y dejaba suelta la oveja, dedicándose durante el día a la labranza de la tierra que con su arado y azada alomaba para que le diese los ricos frutos de hortalizas.

Aquella tarde, al ir a recoger los animales se llevó una impresionante sorpresa. Había desaparecido el cordero y, de las ubres de la oveja, estaba mamando un pequeño niño con su boquita esparramando la sabrosa leche. Miró por la acequia, llamó al corderillo, pero terminó convenciéndose de que alguien le había hecho el cambio de su corderillo por aquel, aunque precioso, pero extraño niño.

El niño de ojos negros, con su lengüecita y labios succionando una teta, abandona tan sabroso momento al ver a Bernac, y extendiendo sus bracitos le dibujó una sonrisa que desarmó al labriego.

- Vaya regalo de Reyes, se dijo Bernac.

- ¿Quién te ha dejado aquí?. El niño siguió sonriendo y ya entre los brazos fuertes del labrador pataleaba de alegría y con sus manitas le acariciaba la cara.

- Muy gracioso, sí, y me resultas simpático, pero ¿qué digo yo en el pueblo?.

No fue difícil, ya que el labriego no tenía hijos y su mujer lo recibió como el mejor fruto de la vega.

Creció Corderín Ríos, que por ese nombre le conocían en el pueblo, y, aunque se dedicó al pastoreo, tenía un modo de ser distinguido y misterioso. Era esbelto, moreno, delicado y cortés con todos. Cuando hablaba lo hacía como un poeta, y, raro era el árbol que no tenía en su corteza algún dibujo de aves, montañas o nubes con la firma simbólica del popular artista: un ciervo muy estilizado con dos grandes ramas de cuernos y, le gustaba cantar con voz dulce y sonora al viento, al sol, a las estrellas y a las ovejas.

Bernac y su esposa eran felices y, como todos en el pueblo conocían la historia del niño, esto les daba un mayor encanto.

Los viejos se inventaban suposiciones sobre los padres de Corderín Ríos. Unos decían era hijo de unos Príncipes a quienes algún desarmado les debía haber robado el niño. Otros que era hijo de unos artistas ambulantes.

No faltaba quien afirmaba conocer una fábula o canción antigua, en la que un cordero se transformaba en niño, y la recordaba más o menos así:

Suelto, en el campo aparece
solo, mamando un cordero
hijo de estrellas fugaces
y cual sol desaparece.

Como por el pueblo pasa el largo camino de arrieros hacia Granada, eran frecuentes los transeúntes, que en pequeñas caravanas solían descansar bajo los árboles y, algunos de estos debió dejar olvidada, o no se sabe quién, una flauta que tenía esta inscripción: “Montañas bellas de oro puro llenas”, y que encontró Corderín Ríos entre unas matas de malva.

Intentó tocarla, pero después de numerosos ensayos, no pudo conseguir entonar ninguna de sus conocidas canciones. La flauta sólo contenía una melodía dulce, rara y misteriosamente oriental.

Corderín la llevaba en su morral de piel de cabra y sobre los montes arcillosos y en el verde valle intentaba llegar hasta el fin de aquella enigmática melodía.

Andaban jóvenes y ancianos preocupados no sólo ya con el niño, sino con la flauta.

Por las tardes, en primavera y verano, solían reunirse en una especie de plaza rodeada de un balate de piedras y algunos cipreses, próximos a una taberna, donde los mayores pausadamente saboreaban el rico vino de la zona y los jóvenes paseaban cortejando a las mozas que exhibían sus encantos.

El lugar preferido era un barracón amplio, (en el mismo lugar donde hoy está el Bar Parada) formado de troncos de madera, donde en taburetes y mesas toscas se consumía el popular vino pisado por Beltrán el tabernero.

Beltrán era tan enormemente grueso que le llamaban el Bola.

Sabía siempre las últimas noticias de todo, y cuando las ignoraba, inventaba con la mayor naturalidad y lenta palabrería el cuento que él despacio, pero sin descanso, presentaba como verdadero, terminando todos tan convencidos que nadie se atrevía nunca a contradecirle. Además, solía comprar su autoridad, invitando a los que más crédito daban a sus palabras.

Entre estos sobresalía el Ripo que parecía hecho de sarmientos, pequeño y enjuto como un espárrago, de ojos grandes y saltones y la cara surcada por venas rojas como del que usa del vino olvidado del agua.

El Ripo tenía señalado uno de los taburetes con unas rayas sobre el asiento pringoso y sucio, pero que nadie podía ocuparlo fácilmente porque él no daba lugar a ello, bebía y dormía para continuar bebiendo.

El Ripo ampliaba las noticias de Beltrán animando las tertulias, de tal forma, que sin él no se habría hecho tan popular el Barracón del Bola.

Corderín frecuentaba poco aquel lugar, pero sí paseaba, sobre todo por las noches, con sus amigos entre los árboles cercanos a la taberna y que el Bola cuidaba con esmero.

El Ripo había oído decir al Bola que aquel niño era distinto a los demás y que sus padres debían ser unos reyes, opinión que el Ripo hizo rápidamente popular, añadiendo por su cuenta que unos criados de esos reyes habían pasado por allí y que el Bola les había oído hablar de que el Príncipe de su reino había sido robado poco después de nacer. Pero que el Bola no quiso descubrir a Corderín Ríos por si los reyes venían y castigaban al pueblo, ya que aquellos hombres también hablaban de la horca como castigo a todos los que hubiesen intervenido en aquel robo o estuviesen ocultando al Príncipe.

El Ripo que andaba preocupado también con lo de la flauta, viendo a Corderín Ríos le preguntó si sabía ya tocar la canción completa. Este le dijo que sí, y el Bola para festejar el acontecimiento, con miras comerciales, le hizo un ofrecimiento: Si a media noche tocas esa melodía yo convido a todos los que vengan a escucharte.

Esto lo decía porque así toda la tarde el Barracón estaría lleno y hasta la media noche había tiempo de hacer una buena venta.

Corderín Ríos aceptó.

El Ripo se encargó de difundir la noticia a la que añadía que una bella Princesa pasaba aquella noche por el pueblo y que Corderín Ríos iba a cantar y tocar la flauta ante ella.

En un instante el pueblo tenía ambiente de fiesta. Todos vistieron sus mejores prendas. Las mujeres mayores túnicas de color negro, los hombres sus mantos grises o de rayas coloridas al estilo de bandoleros, los jóvenes sus sombreros de plumas, y las doncellas vestidos verdes y sedas rojas con alhajas alrededor de sus cuellos, y alguna hasta con diademas de perlas y flores sobre su cabeza.

El Bola preparó su Barracón y el paseo entre los árboles regándolo y adornándolo con flores, y dijo al Ripo: Esta noche deja el taburete y me ayudas para atender a los clientes. Pero lo que no me gusta es lo que te has inventado sobre la Princesa.

Bebió el Ripio un trago más de vino y mirando al Bola sonriente le dijo: eso lo arreglo yo.

Ya había bastantes curiosos ocupando los taburetes y el Bola advirtió que la fiesta sería al aire libre en la puerta.

Pronto estaba todo el pueblo reunido y bebiendo.

Era verano, y la luna como un rosetón de plata salía de entre las montañas. El cielo vestía de azul aterciopelado denso y como un manto negro las sombras cubrían las márgenes del río.

La sierra en el fondo se levantaba majestuosa con sus picos blancos de nieve como turbantes de fantásticos reyes árabes que desde la lejanía quisieran como estar presentes al misterio de aquella noche.

Llegaba la media noche y Corderín Ríos se dirigió a casa de Beltrán el Bola. Bajó el camino estrecho entre las pitas con penachos de miel, cruzó el barranco arenoso y sus pisadas resonaban en la soledad como las gotas de agua que desde los musgos de una alta gruta caen sobre las piedras, y, una brisa tenue movía las hojas de los árboles.

Se volvió para mirar la gran montaña que lisa y suave se extendía a sus espaldas tranquila y como dormida. De pronto, Corderín Ríos oía en aquella grisácea montaña como un galopar de caballos, un retumbar de tambores en lejanía y el viento le traía la melodía de su flauta mientras un coro de voces repetía la frase que llevaba inscrita la flauta: Montañas bellas de oro puro llenas.

De pronto todo quedó en silencio y se dio cuenta de que debían estar esperándole y apresurando sus pasos entró en la casa de Beltrán por el huerto, sin ser visto.

El Ripo comunicó a todos la llegada de Corderín.

El Bola preguntó, un tanto nervioso, que donde estaba la Princesa.

- ¿Crees que iba a venir sola? dijo el Ripo.

Ha llegado con el Príncipe.

Al Bola lo estaba liando el Ripo, cosa que no le gustaba, pero no tuvo tiempo de preguntar más.

Impuso silencio el Ripo diciendo: En estos momentos como estaba anunciado la Princesa Bellaflor y el Príncipe Corderín Ríos han llegado a nuestra fiesta.

Para Corderín en esta noche todo era extraño y junto al Ripo le preguntó: ¿de qué Princesa hablas?.

En aquellos momentos, como había anunciado el Ripo, apareció en el jardín contiguo al camino una joven bellísima como una estrella entre pétalos de flor, de cabellos de oro, vestida de azul y un manto de sutilísimos encajes y, saludando sencillamente a todos con una inclinación de cabeza, fue a situarse junto a Corderín Ríos.

El mismo Ripo estaba asombrado, porque ¿quién era aquella Princesa?. El había preparado a una joven desconocida vestida de reina para darles la broma, pero aquella bella doncella, ¿quién era?.

Todos quedaron inmóviles y solo el Bola rompió aquel silencio invitando a Corderín Ríos que en honor a la bella Princesa tocase la flauta.

- Para ti, Bellaflor, dijo Corderín, y temblándole las manos y todo su ser de emoción, entonó la dulce melodía.

Una nube de pétalos de rosa caía sobre todos mientras la Princesa sonreía.

De pronto, en las montañas que formaban el suave horizonte, un galopar de caballos, un retumbar de tambores en lejanía, y, a la luz de la luna la montaña se desunía, formando bellos montículos, puntiagudos, rizados, como cubiertos por un tul luminoso de titilar de estrellas.

Todos absortos contemplaban la escenificación de tan bello espectáculo y, cuando quisieron de nuevo mirar a la Princesa esta había desaparecido con los pétalos de rosa y Corderín Ríos.

El Ripo y el Bola enmudecieron y todos sobrecogidos de espanto iban desapareciendo en las sombras hacia sus hogares.

Al amanecer contemplaron los montes rubios, misteriosos, como pintados para escenario de un sueño.

El Bola habló al pueblo de nuevo reunido que hacía mil comentarios, y les dijo: La Princesa y el Príncipe Corderín Ríos con su flauta mágica han desaparecido, y, aquí están la bellas montañas, más en la flauta decía: Montañas bellas de oro puro llenas.
¿Dónde está el oro?, ¿dónde está el oro? repetía rojo como una amapola.

El oro está, afirmó el Ripo, en el interior de esos montículos.

Entonces con frenesí y alegría comenzaron a cavar las montañas, días y más días, pero no debieron encontrar el tesoro porque aún siguen los hombres perforándolas y quedándose a vivir en sus cuevas, donde en las noches de luna llena parece oírse una melodía dulce, un galopar de caballos y el retumbar de tambores en lejanía, y, donde el cabello de oro de la Princesa Bellaflor cubre estos parajes que con el tiempo llamaron Purullena porque aún consideran sus habitantes que están de oro puro llenas.

Pero aquella fábula o canción antigua continuaba así:

Y volverá aquel cordero
cuando aquí oro se encuentre,
y hará felices a todos
un Corderín sonriente.

© Agustín Sánchez Díaz
Guadix, septiembre de 1964

Añadido:  Lunes, 11 Agosto, 2008
Escrito por:  ASandy
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