La princesa Nilka © ASandy - Guadix, 09/1964

LA PRINCESA NILKA

Alhoben de Guadix, que habitaba en el suntuoso Palacio de Almorín, rodeado de fuentes y jardines, hoy Alcazaba, era un rey inquieto y guerrero que llevaba en su escudo un Río y flores orientales.

A su rival de Baza, le había conquistado dos pueblos: el de Gor, situado en las rocas, con nidos de águilas, búhos y fieras salvajes, y el de Gorafe, junto a las lomas donde se encuentran centenares de monumentos funerarios prehistóricos del mayor interés y valor. Alhoben llegó a enfrentarse con el mismo rey de Granada a quien también arrebató los pueblos de Diezma y La Peza, ricos por las pesca de sus truchas y cangrejos, por las flores medicinales de sus montañas y, por las encinas, fuente inagotable de carbón.

Conviene aclarar que con toda justicia, estos pueblos siempre habían sido del reino de Guadix, y que el antecesor de Alhoben, Abdelamec, rey y poeta, había cambiado a éstos por unas esclavas, entre las que se destacaba Libiam, vestida siempre, como la más selecta de Harén, de sedas azules que hacían juego con sus ojos verdes y su pelo rubio como el oro de sus joyas.

Alhoben, de ojos centelleantes y negros, con sus brazos como arcos de acero, veloz como un rayo, tenía un ejército bien preparado y reforzado con otros que vinieron de África, a cuyos jefes prometió el gobierno de estos pueblos si con él los conquistaban para su reino.

Vestían de negro sobre caballos blancos, y todos eran muy hábiles en el uso de las armas.

Presentaron batalla contra el Rey de Baza, Albarrán, en las cercanías de Gor, en los llanos fronterizos de los dos reinos, y Alhoben cercó tan hábilmente a sus enemigos que Albarrán rindió sus armas en el mismo lugar donde hoy hay un caserío con este nombre.

Marcharon después a Gorafe, habiendo envenenado las aguas del río, pero sus defensores enterados de la derrota de Albarrán se rindieron al rey Alhoben.

No ocurrió lo mismo con Diezma y La Peza, donde escaramuzas y luchas se sucedieron muchas veces, pero al fin, el tesón de Alhoben consiguió el dominio de estos pueblos distantes de Granada, para que su rey pudiese defenderlos ante el acoso constante del rey de Guadix.

Sin embargo, vivía muy apenado Alhoben, porque su esposa real Felha, descendiente de Príncipes egipcios, no le daba hijos. Al fin la alegría vino a su rostro y preparaba fiestas fastuosas para el nacimiento.

Pero una noche negra, de tristeza, invadió el corazón guerrero de Alhoben. Había nacido un bella Princesa, con colores de rosa y suave como los cantos de los ruiseñores de los jardines de Almorín. Se suspendieron las fiestas hasta que el destino quiso dar un segundo fruto al seno de Felha, y, fue varón y se celebró con toda solemnidad el nacimiento del Príncipe. Toda la ciudad y el reino tuvieron quince días de danzas, perfumes, baños y bebidas, y, hasta se rebajaron los tributos.

Pero Felha recordó al rey que la princesa era la heredera, y como mujer sabría elegir un esposo que uniera al reino de Guadix otro reino vecino, pero si cuando fuesen mayores daba el reino al príncipe, habría disensiones y dos partidos se enfrentarían por el poder.

El rey amaba al Príncipe, y sólo pensaba en él, de tal forma, que la bella Princesa, Nilka, no podía estar nunca en la presencia del rey.

En el Palacio, sin embargo, se miraba a la bella Princesa con suma veneración, ya que su madre Felha, para contrarrestar el desprecio que por ella sentía Alhoben, le mostraba su cariño y la vestía primorosamente de sedas orientales, y además la Princesa era no sólo bella sino graciosa, inteligente y melosa con todos.

Ante los tiempos belicosos, el rey quería hijo heredero con brazo de hierro y no una doncella que suscitara blandos amores. Y viendo que la Princesa arrebataba el corazón de todos, menos el suyo, mandó llamar a una vieja esclava, como un trasto antiguo, charlatana y envidiosa, que tenía fama de ser capaz de todo, por lo que era temida, pero despreciada, viviendo por ello en soledad amarga.

El rey le dijo: Búscame una niña tan parecida a la Princesa que sea su perfecta representación y, no reveles este secreto si no quieres arder en la hoguera. Vete y no preguntes nada.

La esclava Malvist se inclinó hacia el rey y con sus ojos de víbora, dedos de rapiña y con sus entrañas de hiena, viajó por los pueblos hasta que encontró a la niña Bilni, que en todo era parecida a la Princesa. Malvist actuaba en todas partes como adivinadora de los pensamientos, y en sus sesiones nocturnas, con un lámpara de aceite, unas flores y con hierbas aromáticas, contaba mil historias que coincidían con los deseos de las doncellas, prometiendo siempre inmediata solución sobre todo a los problemas amorosos de las jóvenes que veían en Malvist una esperanza a sus corazones heridos por las promesas falsas de sus admiradores.

Bilni, que vivía sin padres conocidos, ingenua como una paloma, fiel imagen de la princesa, creyó tanto en Malvist que decidió acompañarla, sugestionada por las palabras intencionadas de la vieja hechicera, que así la llevó al castillo de Almorín.

Mientras, Alhoben, levantó un precioso castillo junto a la Torre norte de la Ciudad, conocido hoy, por el nombre de Torreón de San Miguel. Tenía dependencias, baños y jardines, pero totalmente cerrado al exterior aunque sus habitaciones estaban adornadas con el deslumbrante estilo árabe, y en cuyo centro había un salón de alturas ilimitadas que tenía un techo minuciosamente pintado y adornado con figuras de encajes arabescos, y las paredes con tapices incrustados en la obra, de fondos de innumerables colores.

Una noche cruel y triste, cuando el viento azotaba la ciudad y sus estrechas calles dormían solitarias, helados sus pavimentos de guijarros grises, la Princesa y su corte de diez doncellas, hijas de los principales de la Ciudad, fue trasladada al castillo Norte de la ciudad, y le fue prohibido mostrarse en público.

Al mismo tiempo en las habitaciones húmedas y frías del Palacio de Almorín, permanecía oculta y cautiva la joven Bilni, engañada por la vieja Malvist. Aquella noche dormía como bella y dulce flor. Sus ojos cerrados por el sueño eran tenue sombra de la sierra azul envuelta en la neblina de un atardecer y sus rubios cabellos como un abanico de rayos de sol filtrados por las nubes en el ocaso.

La esclava, dibujando con sus labios una sonrisa sarcástica, gozaba de su triunfo.

La niña bella Bilni, recostada en el lecho de hojas secas, dormía un sueño que no tendría el despertar para un nuevo día. El veneno hizo de cera fría el cuerpo de rosas de la niña raptada. Malvist encendió su lámpara de aceite y, su sombra tétrica se dibujaba deforme en las paredes sucias y húmedas. Puso a la joven ropas de la Princesa y la llevó al rey quien la colocó en el lecho de Nilka, cubriendo su rostro con un velo transparente y mostrando después mucho pesar y dolor por la muerte de la Princesa.

Culpó a las diez doncellas prisioneras en el Castillo del envenenamiento de su hija, con las que mostró ante todos benevolencia perdonándoles la vida, pero encerrando de este modo aquella misma noche a la Princesa y a sus doncellas sin que nadie las volviera a ver, privándolas para siempre de libertad.

Servía a las jóvenes cautivas, la vieja Malvist, y ninguna sabía el porqué de su cautiverio, ni siquiera tuvieron noticias del entierro de la niña Bilni, que suplantó en su muerte desdichada a la Princesa.

Pero murió Malvist, más por tener su corazón lleno de mentiras y odio que por años ni enfermedad, ya que daba la impresión de que estaba hecha de raíces y piedras.

Ocupó su puesto Celma, que aunque cómplice, desconocía muchos detalles de esta historia y sentía por la Princesa amor y compasión.

Un día Nilka, sentada en el jardín, viendo pasar a Celma, la llamó: ¿Por qué me miras con tanta pena?. La esclava no respondió nada, pero cortando una flor, la asomó al estanque, reflejando el espejo de las aguas una imagen de la rosa que Celma llevaba en las manos.

- No lo entiendo, exclamó Nilka contemplando la flor en el cristal de las aguas.

- Tú eres esta flor, y la de las aguas no es la verdadera, y desapareció por los jardines.

Nilka recogió la rosa que Celma arrojó a sus pies, la acarició y la puso en un jarrón hasta que marchita la arrojó de nuevo al jardín.

No conseguía hablar de nuevo con Celma, que la miraba sin embargo con dulzura pero que sus labios estaban cerrados como las puertas del Castillo.

En las noches de luna, en tiempos de primavera, gustaban las doncellas distraerse por los jardines. La Princesa, con un espejo en sus manos, recogía la luna en él para que su reflejo iluminara su cara. Viéndola la esclava, se dirigió cautelosamente a ella y le dijo en voz baja: Nilka, la luna de este espejo ha suplantado la luna verdadera.

- ¿Dime Celma, si me amas, qué misterio encierran tus palabras?.

- Me das pena, Princesa.

- ¿Por qué estoy cautiva, por qué la soledad cubre mi vida como una noche densa?.

- Nilka, hay una flor ya marchita en el Palacio de Almorín.

- ¿Pero quién es esa flor?.

- Princesa, es la misma luna de tu espejo.

- Celma, no comprendo tus palabras.

- Sería mejor que nunca las entendieras porque lágrimas amargas consumirían más tu soledad.

- ¿Crees Celma, que la vida tiene para mí, días, luz, ni flores, ni aves, ni amor?.

- Sé que no Princesa, y escucha: ¿Recuerdas de Malvist?. Ella por orden del rey buscó una niña parecida a ti, como la flor del estanque, como la luna de tu espejo; la envenenó, y ante el pueblo fuiste tú la muerta.

Culpó a tus doncellas y así os hizo cautivas, para dar al Príncipe el reino.

- ¡Calla Celma!.

Acudieron las doncellas y Nilka les habló: Ya el sol al amanecer, me trae sólo el recuerdo de la luna y las estrellas perdidas ante la luz. El canto de las aves me parece triste como melodías de despedida al amor y a la vida. Las flores me hablan de su fugaz belleza oculta ante una noche eterna. El agua es cristalina, pero se desliza entre las hierbas para desaparecer filtrándose por la tierra.

La Princesa lloró sobre la fuente y un mar de amargura inundó su alma. Entonces Celma, explicó a las doncellas el significado de las palabras de la Princesa: ellas eran cautivas en la noche de aquellos muros, y, como el agua, sus vidas se perderían entre la hierba. Les contó la muerte desdichada de Bilni, que les hizo palidecer.

Al poco tiempo, Nilka murió de nostalgia, y, también murieron las diez doncellas.
Desde entonces el Torreón del Castillo del Norte está salpicado de flores, y hay un adagio que dice, que las jóvenes que con ellas se adornen, serán afortunadas en amores, si no son rubias ni Princesas.
Pasado el tiempo y desaparecido también Alhoben, su determinación ruin suscitó no poco descontento entre los jóvenes del reino, quienes alborotaban en las noches de luna, entonando canciones a la Princesa ya para siempre dormida:

Tú ya duermes en las sombras
y rondamos con dolor
las murallas del Castillo,
Nilka, Nilka, flor, amor.

© Agustín Sánchez Díaz
Guadix, septiembre de 1964

Añadido:  Lunes, 11 Agosto, 2008
Escrito por:  ASandy
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