Corrían los años cincuenta del siglo pasado. El Expreso de A Coruña hacía más o menos una hora que había abandonado como un relámpago la estación empalme de Castejón de Ebro y circulaba ya a gran velocidad, no más de 110 o 120 Km.h, (que para aquellos años era una velocidad más que respetable), camino de Tudela de Navarra y Zaragoza. Se podría decir que en aquel tramo, de Castejón a Zaragoza, mismamente parecía como si la vía la hubiesen construido con tiralíneas, de recta que era en todo dicho trazado. Y lo sigue siendo. Como parece ser que el recorrido mencionado era y es en pendiente cuesta abajo, los trenes alcanzaban allí buenas velocidades. Y las siguen alcanzando. Pues hete aquí que, de buenas a primeras, y sin tan siquiera dar tiempo al maquinista para tirar del silbato, el tren embistió a una veintena de ovejas que en aquel momento no tenían otra cosa que hacer que cruzar la vía, y justamente por aquel sitio en el que estaba pasando un tren a gran velocidad.

La carnicería se la pueden imaginar ustedes.

El pastor, y a la vez dueño de los animales, quedó muy impresionado por el suceso, y se le quedó en la retina la imagen del, para él, mastodóntico cachivache que le había matado las ovejas.

Al cabo de unos días, el mañico, pues hijo de Casetas era, tuvo que viajar a la capital, Zaragoza, para unos trámites de su finca.

En éstas, al pasar por una céntrica calle de la gran ciudad, vio en un escaparate de una tienda de juguetes, varias maquetas llenas de trenes en miniatura de varios tipos, circulando en múltiples direcciones y velocidades, y entrando y saliendo de estaciones y túneles con un realismo y perfección tal que parecían de verdad. Tan reales le parecieron al indignado pastor que aún seguía con el enfado por lo de las ovejas, que ni corto ni perezoso y gayata en mano, entró como una exhalación en el establecimiento, y arremetió a "gayatazos" contra todas las maquetas repletas de trenes. ¡No quedó ni uno aprovechable! ¡Lo destruyó absolutamente todo!

Acercándosele el dueño del comercio con las manos en la cabeza y sacando fuego por las muelas le preguntó:

- ¿Qué has hecho desgraciado? ¿Has visto lo que has hecho? ¿Por qué, Dios mío? ¿Te has vuelto loco?

- Mire usted, señor. El otro día, los padres o los hermanos mayores de estos "bichos" me mataron unas cuantas ovejas en la recta de Tudela. Por lo tanto, ahora que tengo delante a estos pequeñajos es cuando hay que destruirlos. Al no crecer, ya no matarán más ovejas. Ni mías ni de nadie. Buenos días. Ah, y esté contento que no le prenda fuego a la tienda entera, porque seguro que tiene más en algún rincón. Pero se lo voy a perdonar porque los parientes de estos que acabo de hacer añicos vinieron de frente, y al fin y al cabo tampoco fueron muchas las bestias muertas.

¡Si llegan a venir de costado me espachurran todo el rebaño! Ala, quédese con Dios.

Y se volvió al pueblo como si tal cosa.

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