Pocas luces había en aquel tren nocturno convencional que circulaba por nuestras vías hace pocos años, que le llamaban expreso.

Era noche cerrada cuando arribó a un apeadero sin luz en los andenes. El tren que se para y sube un viajero a los coches de 2ª, abre un departamento, lleno, abre otro lleno, abre un tercero y se dice por fín un asiento vacío.

Deja su maleta sobre el portaequipajes y se dirige a sentarse en el único sitio que creía vacío entre dos monjitas que dormitaban. Mala suerte que se despertaran porque el viajero tropezo sobre una de ellas al ir a sentarse y no llegó a hacerlo...

No lo hizo porque la monja con la que tropezó emitió un grito:

Ehhh, cuidado, los huevos ! ! los huevos ! !

El hombre asustado que no había visto la caja que había sobre el asiento, dice ¡ uf menos mal !, ya la cojo con cuidado y la pongo en el portaequipajes no se vayan a romper, pero qué raro, si no pesa casi nada para que esté llena de huevos, dijo.

La monja le respondíó: ¡ claro, es que está llena de alfileres !

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