Los dientes de la vieja © ASandy - Guadix, 09/1964

LOS DIENTES DE LA VIEJA

No, no se trata de la boca descarnada de una anciana, sino de un bellísimo desfiladero en escarpadas montañas entre los pueblos de Diezma y Huétor-Santillán en la provincia de Granada.

En uno de los puertos más altos de su carretera, entre agrestes montañas, se erigen sencillos y bellos unos pedruscos, que vistos no sólo con la fantasía, son imagen de unos grandes y afilados colmillos que al estar parduscos en su contacto con la tierra salpicada por la lluvia y, de tonos grises en sus altos picos, por los roces húmedos de los vientos, se asemejan a los dientes de una vieja.

Quise recoger una historia poética, idealizada y por lo tanto imaginaria e irreal de cómo surgieron y qué significaban aquellos seculares y populares “Dientes de la Vieja”.

Subí entre pinares y abetos hasta la cumbre de la montaña y, encontré un valle tapizado de romero y tomillo de donde se extraen esencia de perfumes y que embalsamaba el ya aire puro, como recién lavado, de tan elevada y salvaje cumbre.

Y allí encontré la historia y origen de aquellos pedruscos a quien no sin razón el pueblo, la historia, han confirmado con el real y temible nombre de Dientes de la Vieja.

Me senté a descansar y gozar de tan paradisíaco paisaje y me quedé dormido en brazos del silencio y, acunado por la brisa, soñé:

Lo extraño de mi sueño fue, que me vi. como separado de mí mismo, dotado con la facultad bellísima de poder oír y entender el lenguaje de las flores, de las gotas de rocío, de la luz, el rayo, la tormenta, la noche y el día, pues aunque es ininteligible e inaudible para el oído del hombre, es cierto que habla, a su modo entre si, todo lo que es vida, todo cuanto se relaciona para un nacimiento, crecimiento y reproducción. Y cuando le afecta una circunstancia vital o, bien proliferan pletóricas de frondosa vida en flores y frutos que, de nuevo se engendran en la madre tierra o, bien languidecen y se agostan con tristeza visible finalizando en despojos, que como toda materia, no desaparece sino que vuelve, como nuestro cuerpo, al tesoro de la polvareda que con la afluencia del agua de nuevo cubren de vida la pradera y los montes, volviendo a su procedencia.


Una gotita de agua transparente y coqueta, limpia y perfumada que reposaba en una flor de tomillo, fue la que me quiso descubrir el enigma de aquellos entornos y pedruscos a los que ella llamaba “el castigo”, porque le causaba pavor y zozobra el nombre de la “Vieja”.

Resulta, que según los recuerdos también del romero y el tomillo, en un atardecer, donde la luz jugaba a tules de grises con pinceladas anaranjadas y geométricos chorros de blanca luz filtrados a través de los ventanales de las nubes, un misterioso personaje, no más de dos centímetros de altura, un diamante, quiso rivalizar con el sol en su fulgor y brillo.

Lo hizo con tan mala fortuna que, al emitir su radiación de luz, evaporó en blanco algodón de nubes todas las gotitas de agua que como gargantillas del más preciado valor lucían las flores y, que además, como alegres campanillas de plata colgaban de las ramas de los cipreses y abetos que cubrían las laderas de la montaña.

El día contemplaba el manto de seda blanca iluminada con el que se iba revistiendo el atardecer antes de la hora acostumbrada, y advirtió a la noche, que no le permitiría la extravagancia de iluminar las sombras nocturnas, ya que la luz era propiedad suya, como el terciopelo oscuro era propio de la noche, y que así ambas tenían su misión en beneficio de la vida de toda la floresta y arboleda.

La noche quiso competir con el día y pidió al diamante que siguiera iluminando la seda blanca de la niebla que iba eliminando los rayos del sol para rivalizar en belleza con el día.

Tan acalorada fue la disputa que, irritado el día, envió sus últimos rayos de luz para destruir el manto de seda blanca. Pero oh desdicha, ya era tarde porque el sol caía por la pendiente del ocaso y su disco rojo era ya inofensivo y se precipitaba adormilado tras lejanas serranías.

Aquella ambición de la noche en querer ser como el día, fue la causa que determinó la gran tragedia, pues las plantas, los insectos, el musgo, el agua, así como las rocas, grillos, águilas, topos, gusanos, mosquitos, serpientes, veredas, cuevas, pinos, abetos, tomillos, retamas, mariposas y romeros, se dividieron en opiniones opuestas unas a favor del día y otras de la noche.

Toda la armonía, silencio y orden de la montaña y las praderas, se trocó en una noche de protestas, discusiones violentas y agitación, que rompió el equilibrio ecológico y la serena sinfonía en el bello y armónico silencio de la sierra.

Ante tal alboroto, una gotita de agua penetró por unas grietas que la condujo por blancos peldaños, a un mundo profundo y secreto donde los enanitos celebraban con canciones el milenario de su reino en paz, coronando por reina a una bellísima y coqueta flor de almendro, que entre luces de oro y plata, hacían de aquel reino un verdadero paraíso de entendimiento y belleza inigualable entre jardines, riachuelos, flores y frutos y casitas multicolores.

Expuso la gotita de agua la situación creada en el valle y en toda la sierra, quedando los enanitos consternados y ofreciéndose a prestar ayuda para conseguir el silencio y la armonía en el mundo de la superficie de hierbas y árboles.

Subieron presurosos y quedaron atónitos ante las discusiones de ambos bandos, viéndose obligados a volver a su tranquilo mundo, ya que nadie allí era razonable y la algarabía conducía a un desorden peligroso e inútil.

La serpiente también se aprovechó del tumulto para descender entre unos espinos que defendían tenazmente la entrada a una cueva oscura y cubierta con espesas telas de araña, donde dos sapos gigantes vigilaban en la profundidad, con ojos avizores, la puerta de carbón que daba entrada a una especie de ataúd donde habitaba una bruja conocida por el nombre de la “Vieja”. Quien enterada del alboroto de la pradera y de la sierra, montó en cólera, vistió su retorcido cuerpo con un manto negro brillante, puso en sus manos las uñas de zarpa y en sus ojos el fuego vivo del odio, y montada en uno de sus sapos guardianes subió por retorcidos vericuetos hasta el exterior donde causó terror logrando imponer su maligna autoridad.

Conseguido el silencio en aquella algarabía y disensiones propuso que, la eligieran a ella para intervenir entre el día y la noche, ocultando sus depravadas intenciones de engañar a los partidarios
del día y consiguiendo una victoria aplastante para los partidarios de la noche.
Fue elegida por mayoría, ya que en tinieblas la noche tiene más oportunidades de convencer, pues los partidarios del día, para su triunfo, necesitaban del sol y éste estaba impregnando de su luz a otras tierras tras las lejanas serranías y como sumergido, para ellos, en las profundidades del más relajante de los sueños.

El plan a seguir propuesto por la Vieja fue, que antes del amanecer, el manto denso de nieblas subiera muy alto en el cielo, que fuese denso, muy tupido, para que ella pudiese subir sobre él y dialogar con la luz.

El diamante consiguió una mayor evaporación de las gotas de agua y cuando el sol quiso despertar al amanecer, se vio sorprendido por la nube densa y oscura que impedía enviar su luz benéfica a las plantas y a las rocas.

Escalando por las diminutas partículas de agua de las nubes una flor de romero consiguió subir hasta el sol antes que la Vieja, quien expuso al astro rey todo lo ocurrido durante la noche y las pretensiones de la Vieja, que no eran otras de que el sol dominase sobre las nubes y ella sobre la vida en la pradera y la serranía.

El joven sol hecho un torbellino de fuego por la muerte que suponía para la pradera el dominio de las sombras, llamó al viento, quien acudió raudo para librar batalla contra las tinieblas y la Vieja.

El viento veloz y huracanado sacudió las nubes quienes comenzaron en torbellino a cruzar los cielos.

Atónitos quedaron las águilas, el búho, la serpiente, las flores, el tomillo, los caminos y el romero.

El aguerrido sol con sus flechas de luz hirió las nubes que lloraban cada vez más abundantemente sobre la pradera y toda la serranía.

Para dar mayor espectacularidad a la batalla, el viento cambiaba su dirección y en táctica de remolinos conseguía que las nubes chocaran unas contra otras en tropel y en total desconcierto.

Entre los sublevados se hizo un gran silencio porque otro aliado, el trueno, acudió en ayuda de la luz, haciendo retumbar el chasquido de su látigo sobre los lomos de las soberbias montañas resonando su eco en toda la pradera, mientras mantos de agua golpeaban torrencialmente desde las nubes y en huracanado espectáculo azotaban las rocas y los caminos partidarios de la noche.

Entonces la Vieja en su hechizo crecía y crecía haciéndose gigante, para así poder llegar hasta el sol y librar batalla personal con él.

Muy alto está el rey Astro para que nadie ni nada pueda apagar su luz y convertir toda la vida en sombras.

El Sol, cansado ante la obstinación de la Vieja pidió al viento que con toda su fuerza de huracán soplase aún más sobre las nubes. Éstas en un choque indescriptible, prorrumpieron en un gigantesco grito de guerra y, así brotó zigzagueante el rayo que pulverizó a la Vieja dejando petrificados sus dientes, quedando así, para siempre, como testimonio de la gran batalla del día contra la noche. Y allí están, junto al camino, los Dientes de la Vieja, como lección para cuantos quieran entender que no se puede trastrocar la misión impuesta por la naturaleza a cada elemento que la forma y ordena.

El sol y su compañera inseparable la luz decidieron hacer un precioso regalo al día ocultando en las plantas aromas deliciosos no sólo para hacer grata la serranía sino para que las mariposas, las abejas, las aves y aún los hombres buscasen en ellas sus alimentos o más refinados perfumes.

El día, agradecido, hizo crecer con belleza, hierbas, pinos, abetos y frondosos valles, donde la nieve en sus días de lujo, reviste las ramas de tan frondoso bosque de sus trajes más albos, doblegando con suma poesía sus ramas verdes que de tanta belleza forman siluetas de imaginarios castillos de Hadas buenas y como una rima de versos silenciosos y alados.

© Agustín Sánchez Díaz
Guadix, septiembre de 1964

Añadido:  Lunes, 11 Agosto, 2008
Escrito por:  ASandy
Puntuación:
Visitas: 403
Idioma: spa